jueves, 17 de enero de 2013

Hiniesta en la literatura . . . Eugenio Noel

"La parroquia de San Julián envía a la ciudad su cofradía del Santísimo Cristo de la Buena Muerte y Nuestra Señora de la Hiniesta. Artísticamente el Cristo vale poco, y la Magdalena le mira, arrodillada a sus pies, como tantas veces le miraría en vida, allá en las deliciosas campiñas de Beethsaida, Magdala y Capharnaúm, bebiendo con el vino dulce de Safed las palabras sirias del bello maestro. La Hermandad ha vestido a María de Mejdel con una túnica y mantolín de terciopelo de muchos colores bordados de oro y seda, significando en esos colores la disipación que se le atribuye, y ha puesto en los nazarenos de su cohorte el antifaz de azul celeste, bien ceñida la túnica blanca de hilo con el cíngulo de esparto, emblemas de la penitencia y el perdón. ¡Qué simpática ha sido siempre a nuestra raza esta pecadora . . .! Cuando las famosas entretenidas sevillanas y las comprometidas de Leonor Dávalos, Amor de Dios, Cañavería y demás calles, la vean a los pies del que amó tanto, con que placer abrazarán una religión que tan facilmente perdona los deslices de la materia y mirarán la cara del Maestro que no lapidaba a las adúlteras, porque habían amado mucho . . .
La Virgen sigue a su Hijo clavado en la Cruz, y esta Virgen es una obra maestra de Montañés. Ha producido tantas el divino autor de la Concepción, de la Catedral, que se necesitaría un examen detenidísimo de la imagen para decir si es mejor o peor que las demás. En una de las paradas del paso pretendemos sacrílegamente juzgar su belleza. Es más expresiva que bella, y desde luego, una mujer. El triángulo de su riquísimo manto de raso azul y bordados de plata, la enorme y deslumbradora corona, no quitan arrogancia a la figura; pero tampoco aciertan a darle majestad. Esa cara se basta a si misma para sorprender con su humano gesto de resignación a destinos que acepta y no comprende. Las altas velas blancas y rosadas, los candelabros, los ángeles con guardabrisas, los adornos de plata, los floreros, la imaginería del palio, la sugestión de las luces bajo aquellos doseles de lechos imperiales del siglo XV, los óvalos con las armas reales, las cartelas con cruces, palmas y ostensorios, arrancan al pecho un grito de admiración. ¡Oh, el reflejo de las lucecillas en la cara de esta Virgen de Montañés!.
No fue así la hermana de Marta, la cuñada de Cleofás, ¿y eso qué importa? La esposa del humilde carpintero pagó a buen precio ese manto que envidiaría la esposa de un Rajá indio. Su dolor de madre bien vale una corona de reina. El escultor copió en sus facciones las de una mujer de su tiempo, y el cincel respetó la belleza andaluza, procurando que un dolor excesivo no rompiera la sublime armonía de los rasgos.
- ¡Bendita zea la mare que t´a echao! - ruge a nuestro lado un admirador.
- Eh, ¿que le parece esa Niña?
Parece lo que es: una mujer andaluza a la que mataron su hijo por güeno".

Noel, Eugenio; Semana Santa en Sevilla
Madrid, 1916

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